¡Aprendiendo a nadar!
Los últimos 5 años de mi vida me la he pasado aprendiendo…
Yo pensé que ya sabía un poco de todo pero no, he tenido que aprender de cada cosa nuevamente, y en los últimos tres meses, el aprender ha sido mucho más complejo.
Hace 5 años, textualmente, mi mundo sufrió la peor sacudida que llevó a un derrumbe de mucho de lo que yo conocía; cuando Eduardo falleció, todo cambió y tuvimos que empezar de nuevo mis hijos y yo, en muchos sentidos. Hace un par de años, sentí que la vida había tomado su curso normal y de alguna forma ya habíamos aprendido a ser la nueva familia que somos sin embargo, en los últimos días he reflexionado en torno a esta situación y me he dado cuenta de que, al menos para mí, el aprendizaje sigue y todo lo que yo pensé que ya sabía y me servía para VIVIR, no es tal cual, he tenido que volver a aprender a ser mamá que ahora es ser mamá y papá, aprendí a ser emprendedora, a identificar y describir mis emociones para poder lidiar con ellas, a vivir sin angustia o la menos posible, a ponerle buena cara a la adversidad, aprendí a encontrarle horas al día, las horas que se esconden en el amanecer, las que es difícil encontrar pero que sirven para ensancharlo y a veces, como son horas escondidas, aprovecharlas para llorar un poco, por todo: tristeza, angustia, cansancio y también anhelo del primer rayo de sol, que parece que no llega y que de repente en un instante aparece y de igual forma te hace llorar.
De todo he aprendido en estos años, pero en los últimos tres meses, incluso he aprendido nuevamente a nadar. Lo hago todos los días, amanezco con mi traje de baño y aún de noche me echo el clavado que me sacude no solamente el sueño, sino el miedo y la carga del día anterior. El agua está fresca y siento como resbala en todo mi cuerpo. Las primeras brazadas, me ayudan a recorrer los momentos difíciles de lo vivido ayer. Cada vez que giro mi cabeza para respirar me lleno de energía y de mucha fe y al exhalar bajo el agua veo las burbujas que salen de mi boca de diferentes tamaños y formas y pienso en mucha paz. De momento, en una respiración, huelo el amanecer, ese instante entre la penumbra y la luz que huele a vida. Voy recorriendo metros y metros que se convierten en kilómetros y cada vuelta juego con el tiempo, me voy comiendo segundos, que los saboreo como desayuno, y voy planeando no solo las actividades del día sino de los próximos días y meses, y mientras nado, empiezo a volar y así lo hago a través del tiempo para crear nuevos retos, muchos nados y más sueños.
Los últimos kilómetros, los disfruto, cada brazada voy haciendo tal magia, que todo lo difícil, incierto, triste, complicado, angustioso, estresante y que ahoga en la vida, ya se me olvidó, solamente voy disfrutando en el agua, ¡ya estoy lista para empezar mi día! Terminó mi entrenamiento y a veces sigo en mi cama, en otras ocasiones ya me estoy tomando mi café o bien, estoy en la regadera o paseando a mi perrito Milo. Cada día he estado aprendiendo a nadar de esta manera, y aún sin hacerlo, puedo sentirlo y vivirlo. El día transcurre con sus aventuras y complejidades derivadas de la adversidad y la cuarentena, pero me alegra saber que al menos, nuevamente, estoy aprendiendo a nadar!