El Estrecho de Cook
Me siento mal… tengo un dolor agudo en el lado derecho del abdomen bajo, pienso, “¡no puede ser que justo hoy tenga este dolor”! Las últimas cuatro horas me ha dolido y el dolor no cede. “Por favor, necesito algo para el dolor”, y a los pocos minutos recibo un Dolac …ahora solo hay que esperar que la punzada aguda disminuya y seguir nadando.
Ya perdí la cuenta de cuántas horas llevo nadando, a la quinta hora mi reloj se detuvo y se apagó dejándome a ciegas en este ámbito, el sol sigue su curso en el hermoso cielo azul y tengo la percepción de que en poco tiempo empezará el atardecer. Conforme avanzan las horas siento el agua un poco más fría que cuando inicié, y aunque el frío no me molesta, mis manos lo sienten porque tengo algunos dedos entumidos, creo que estoy por cumplir ocho horas nadando en el Estrecho de Cook en Nueva Zelanda. No sé cuánto tiempo me falta para llegar, pero solo me concentro en que el Dolac haga su efecto y el dolor ceda. Respiro muy profundo, cierro los ojos, me lleno de energía y sigo dando brazadas.
Nadar el Estrecho de Cook significa la culminación de un proyecto de vida que inicié hace ocho años, cuando en 2011 nadé el Canal de la Mancha y que fue creciendo hasta convertirse hoy en un evento llamado Oceans Seven, que consiste en nadar siete nados de larga distancia específicamente: el Canal de la Mancha entre Inglaterra y Francia, el Canal de Catalina entre la Isla Catalina y la Costa de California, el Estrecho de Gibraltar entre España y Marruecos, el Canal de Molokai entre la Isla Molokai y Oahu en Hawaii, el Estrecho de Tsugaru en Japón, el Canal del Norte entre Irlanda del Norte y Escocia y el Estrecho de Cook entre la islas Norte y Sur de Nueva Zelanda.
Cuando pienso en lo que ha significado para mi este proyecto, llegan a mi mente muchos momentos de mi vida y algunos que generan emociones difíciles de poner en palabras, cierro los ojos y recuerdo:
El impacto que generó en mí la primera vez que tuve en mis brazos un bebé con la carita desfigurada por haber nacido con labio y paladar hendido, casí no podía verlo, me impresionaba su deformidad, sentía dolor no solo por él sino por su madre que tenía escasos 16 años y no sabía qué hacer con ese bebé que no podía succionar y no paraba de llorar… Mi papá me pidió lo acompañara al hospital para atender la consulta de LPH y ese día entendí que quería hacer algo para poner un granito de arena para ayudar a estas familias. Así lo hice, y durante algunos años nadé para equiparar los kilómetros nadados en cirugías para niños con LPH y recaudar fondos para las cirugías. En el camino me encontré con la generosidad de Alejandro Martí y Fundación Alfredo Harp Helú, A.C. Un par de años después, nadando el Canal de la Mancha no podía dejar de pensar en mi papá, quien había fallecido unos meses antes y sentía no solo su amor sino también su presencia que, de alguna manera me decía: “no te des por vencida y termina para que haya muchas cirugías derivadas de tu nado”. Así lo hice, seguí nadando hasta terminar el Canal de la Mancha y al año siguiente el Canal de Catalina. Kilómetros nadados que se transformaron en cirugías para niños con labio y paladar hendido.
Todavía siento encima de mí, la mirada profunda de esos enormes ojos negros llenos de estrellas y la sonrisa franca de un niño de aproximadamente 8 o 10 años que aun estando tan delgado por el cáncer que atacaba su cuerpo, sus ojos no dejaban de sonreír y brillaban solamente mostrando esperanza; esa mirada fue medicina para mi alma enferma de dolor y angustia por la muerte de mi esposo derivada de esa misma enfermedad. También recuerdo la mirada perdida en tristeza de mis hijos Lalo y Andrea, y sin embargo, un destello de brillo en los ojos de ambos cuando antes de iniciar nuestro nado al Estrecho de Gibraltar, Lalo escuchó las palabras de aliento y apoyo de Toño quien también nadaría con nosotros. Gibraltar marcó mi vida, un nado en el que dejé parte de mi luto en el agua y mientras lo hacía, entendí que la vida sigue y había que seguir adelante, seguir nadando. Cierro los ojos y nos veo a los cuatro nadando: Toño, Nora, Lalo y yo y veo a Andrea en la embarcación guía apoyando a su hermano y a su mamá. Recuerdo la llegada a las rocas de Marruecos, con lágrimas en los ojos y abrazo a Lalo. Salimos del agua para celebrar los cuatro y para empezar un camino nuevo en mi vida.
Recuerdo la tormenta en medio del mar, no solo la que se estaba gestando en lo físico: el oleaje, el viento, las nubes enormes cargadas de lluvia, pero también la tormenta que se estaba creando en mi interior, tormenta de enojo, de coraje, de ira, de angustia y lo último que ví antes de cerrar los ojos y subirme a la lancha, fue que ahí en el fondo del océano, el corazón del mar, estaba en paz. Al subirme a la lancha, en medio del llanto más silencioso que he tenido en toda mi vida, todo mi ser gritaba fuerte… “quiero un corazón como el corazón del mar, siempre en paz”.
Amanece con luna plateada que se está escondiendo del otro lado del horizonte de dónde aparecen los primeros rayos de sol y mientras tanto, sigo nadando, ya más de 12 horas… ¡qué belleza Hawaii! Recuerdo la tarde anterior al nado, acostada bajo un inmenso árbol, como buscando un lugar secreto para ahí, en la intimidad llenar mi corazón con su energía para así, hacerle frente al nado de Molokai.
Recuerdo el dolor en las manos y la cara la primera vez que me metí al mar en San Francisco para entrenar para el Canal del Norte; el agua estaba entre 9-10 ºC, sentía que me ahogaba, no podía respirar, a los pocos minutos no sentía las manos y no me respondían, iba nadando y me forzaba para dar la siguiente brazada, y solamente pude nadar 45 minutos. Al salir del agua me solté llorando, ¿cómo iba a lograr nadar el Canal del Norte a 12-13ºC, si no podía lograr nadar una hora? ¡Lo logré! Lo mejor del Canal del Norte, no fue lograrlo, fue el aprendizaje y los entrenamientos para llegar ahí, con mi corazón lleno de calor, de otra forma, habría sido imposible.
El recuerdo de regresar a Japón con Andrea y con “Corazón de Mar”, para lograr un nado de victoria, me llena de esperanza al pensar justamente en la intensión del nado del Canal de Tsugaru, la vida siempre nos da una nueva oportunidad.
Y ahora, aquí estoy, nadando el Estrecho de Cook. Ya llevo diez horas nadando, se me quitó el dolor, y ahora ¡el mar está rosa, al igual que el cielo! El sol ya se fue tras el horizonte. Me dicen que me falta menos de un par de kilómetros, y sigo dando brazadas. Este mar ha sido delicadamente rudo, aun con buenas condiciones, ¡muy rudo! Vencer la corriente me tomó mucho tiempo y en un punto pensé en darme por vencida, sentía que no avanzaba, que incluso la corriente me regresaba, y de repente aparece en mi mente esa frase: “cuando empieces algo, termínalo” así que me llené de paciencia y seguí dando brazadas. Nadar en el mar rosa del atardecer me duró muy poco, la noche cayó muy rápido, obscuridad total y seguía nadando, sin ver cuánto me faltaba, ya llevaba once horas y comenzaba a tener frío pero también hambre, mucha hambre. Pensé en la intensión de nadar el Estrecho de Cook fluyendo y siendo parte de la grandeza y majestuosidad del océano y en ese momento, me sentí tan pequeña, a la deriva, tan insignificante, ni siquiera un punto en medio del mar, no veía ni las burbujas que provocaba mi respiración dentro del agua, no veía la costa a la que supuestamente llegaría en algún momento, una partícula más del océano y recordé “menos yo y mucho más mar”, eso estoy haciendo, estoy siendo menos yo y mucho más mar. En esa intimidad mis ojos se llenaron de lágrimas y seguía dando brazadas hasta que mi mano tocó algo, levanté la cabeza y estaban frente a mí las rocas cubiertas de algas y en ese momento, supe que lo había logrado, “ser menos yo y más mar”, traté de abrazar una roca y escuché la sirena de la embarcación. ¡El nado era válido! Tenía los goggles llenos de lágrimas. Solté la roca y me resbalé cayendo de espaldas al mar, me quedé flotando boca arriba y me quité los goggles y entonces entendí por qué estaba ahí… ¡se me llenaron los ojos con miles y millones de estrellas que brillaban con todo su esplendor para llenarme de su luz!
“Nunca estaré a la deriva porque mi semilla fue sembrada en el cielo”.